La crisis y el coronavirus son las palabras de moda estos días en El Salvador y en el mundo. Todos estamos sintiendo la crisis de manera directa o indirecta. Miles de personas han perdido sus empleos o sus ingresos y la pandemia ya da tanto miedo por sus efectos sanitarios como por sus efectos económicos.
No hay dicotomía entre salud y economía. Está claro que hay que rescatar ambas porque sino, podríamos quedar recuperados del Covid-19 pero con hambre.
La mujer más humilde que trabaja en nuestra oficina lo describió sin la parafernalia de los economistas y de los políticos: “antes en tiempos de crisis pedíamos ayuda a nuestros familiares en el exterior o buscábamos dónde irnos... ¿y ahora? Pero aquí los políticos solo pelean. ¡Qué aflicción!”. Esta es la preocupación real de gente que sufre la crisis.
El temor a enfermarnos los tenemos todos. Y estoy consciente que tenemos que cuidarnos, respetar el confinamiento, el distanciamiento social y todas las medidas de prevención. Pero cuando empieza uno a ver a gente con hambre, con necesidades, sin poder pagar sus cuentas, la colegiatura de sus hijos, el supermercado. Y no sucede solo en zonas históricamente pobres, hay amplios sectores de clase media que están ya sufriendo el golpe económico. La clase media es frágil y al menor vendaval económico, cae de grada.
¿Será posible que el Gobierno, la oposición y la empresa privada puedan ponerse de acuerdo para cuidar la salud y reactivar la economía sin sacrificar el Estado de Derecho y la democracia?
Decir que los que quieren reabrir sus fuentes de ingreso quieren ver muertos, es una falacia. No es cierto. Decir que a los ricos solo les interesa la economía, tampoco es cierto. Me consta la preocupación de docenas de empresarios afligidos porque no quieren que su gente se quede desempleada en estos tiempos tan duros, pero al mismo tiempo no hallan de dónde sacar más dinero si sus empresas no están vendiendo y nadie les está comprando.
Hay que serenarse, busquen acuerdos, bajen su soberbia y crucen puentes, no los quemen, bajen el discurso de confrontación, de choque, los insultos y las descalificaciones nunca han construido nada, solo han destruido sociedades. La crisis nos golpea a todos, en mayor o menor rango y no hay a quién acudir y tampoco dónde huir. ¡Qué aflicción!